Mentiras y secretos by Kathleen Woodiwiss

Mentiras y secretos by Kathleen Woodiwiss

autor:Kathleen Woodiwiss
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2000-12-18T23:00:00+00:00


Capítulo 13

La lluvia, como si hubiera agotado su furor, se había reducido a poco más de una llovizna. La pareja cabalgaba en silencio a través del pantano, encorvados para protegerse de la persistente humedad. Jeff se mantenía vigilante para evitar las zonas más peligrosas, pero Raelynn estaba totalmente agotada, física y mentalmente. Aunque trataba de permanecer alerta, sus párpados cedían bajo el peso de la fatiga y su cabeza se inclinaba a menudo; por fin una mano grande la reclinó suavemente contra un hombro robusto. Cuando su frente encontró un nido familiar en el cuello fibroso, ella abandonó con un suspiro sus inútiles intentos por mantenerse despierta. Si Jeff hubiera querido matarla, se dijo vagamente, sin duda ya lo habría hecho.

Al caer la noche en el bosque cada vez más denso, los envolvió la oscuridad. Raelynn despertó un momento, con la difusa idea de que la lluvia había cesado. En su lugar había aparecido un viento frío y fuerte, que ahora parecía empeñado en arrastrar a las nubes hacia la faz de la luna. Aquellas frígidas brisas atravesaron sus prendas húmedas, provocándole escalofríos, hasta que su esposo se abrió el capote impermeable para acomodarla contra su pecho. Raelynn, sin energías para resistir, se recostó inerte contra la sólida muralla. Mientras caía nuevamente en el sueño se preguntó si alguna vez hallarían un refugio abrigado.

Mucho más tarde, al esforzarse por salir de ese aturdimiento, se dio cuenta de que Jeff había frenado el potro. Echó un vistazo oblicuo por encima del hombro, sin saber qué distancia habían recorrido ni dónde se encontraban. La luna iluminaba el pequeño claro en el que habían entrado. Hacia el fondo, una cabaña de troncos anidaba bajo las ramas de varios pinos altos. El humo salía por la acogedora chimenea de piedra, y en las ventanas de la fachada brillaba el suave resplandor de una lámpara. Desde algún lugar cercano les llegaba el murmullo de un arroyo torrentoso; su burbujeo, casi musical, se fundía con los tonos armoniosos de un buho, encaramado a cierta distancia.

—¿Quién vive aquí? —murmuró ella, somnolienta.

—Un amigo mío a quien llamamos Pete el Rojo —respondió Jeff, mientras pasaba la pierna derecha sobre la grupa del potro para desmontar. Después de atar las riendas a un palo, cargó las alforjas al hombro y levantó la vista hacia Raelynn. Sus labios se torcieron vagamente, en la difícil tarea de imitar una sonrisa—. En otros tiempos el Rojo fue ordenado ministro, con que os conviene comportaros bien, querida. No sería raro que nos diera una o dos lecciones.

—¿Vive solo aquí?

—Hace años tenía esposa y un hijo, pero ambos murieron durante una epidemia. Desde entonces ha vivido prácticamente como un ermitaño.

Jeff levantó los brazos para bajar a Raelynn, pero ella se echó hacia atrás, súbitamente desconfiada. Al mirarlo a los ojos, vacilante, vio que una atractiva ceja se torcía en un gesto escéptico.

—Si pensáis pasar la noche sentada ahí, querida, recordad que lo haréis completamente sola. Mi intención es ponerme ropa seca, comer algo y dormir, cosa que necesito urgentemente.



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